sábado, 2 de mayo de 2009

Campaña episcopal contra el aborto.


Ese niño que gatea junto a un lince en la campaña promovida por la Conferencia
Episcopal contra la reforma de la ley del aborto no lleva encima una etiqueta
de especie protegida, y es lógico, porque no sabemos nada de él. Si no hubiera
sido engendrado mediante una cópula natural y proviniese, por ejemplo, de un
proceso de selección de embriones destinado a salvarle la vida a un hermano o
hermana mayor que él, y que gracias a eso estuviera corriendo por ahí, la
Iglesia católica no habría sido partidaria de proteger su nacimiento.

Tampoco sabemos en qué clase de hombre va a convertirse ese niño. Porque si de
mayor se sintiera atraído sexualmente por otros hombres y viviera en países
como Irán, donde esa opción es un delito castigado con la muerte, la Iglesia
católica, que a través del Vaticano votó en la ONU contra la despenalizació n
de la homosexualidad, tampoco movería un dedo por evitar su ejecución. Lo que
sí sabemos es que ese niño tiene la suerte de ser blanco y, probablemente,
español. Porque si fuera negro y viviera en África, donde el sida mata a
millones de personas cada año, correría el riesgo de crecer en un país que
aplicara la doctrina de Benedicto XVI, que acaba de declarar en Camerún que el
preservativo, lejos de ser eficaz contra el sida, llega a agravar la
enfermedad. Y sólo podría escoger entre la castidad y la muerte.

Me gustaría conocer la opinión de los científicos que apoyan la campaña de los
obispos acerca de esa condena del preservativo, que salva a diario del sida a
millones de occidentales blancos y bien informados. Después de semejante
irresponsabilidad, que Martínez Camino, portavoz de una institución capaz de
producir, por otra parte, dogmas como la Inmaculada Concepción de la Virgen
María, afirme que la tolerancia social del aborto es "la peor patología de la
razón", me parece un puro delirio.


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