Os voy a contar un pequeño cuento. Hace ya muuchos muuchos años, que residía en Carabanchel una familia, de cuyo nombre del padre no quiero acordarme, y que vivía por y para la mayor ilusión que tenían en su vida: ir los domingos al Estadio Vicente Calderón a ver jugar a su Atleti.
Dicha familia la componían un entusiasta cachorrín, dos hermanos del mismo más mayores y la persona más grande que jamás vayan ustedes a conocer jamás; su querida madre.
Era una época sencillamente formidable, en la que los domingos salía toda la familia junta a comer por ahí y luego iban fraternalmente juntos al campo, a disfrutar, sentir, vivir, emocionarse, crecer, llorar y, de vez en cuando padecer, sí … A esa pasión que a todos nos domina por completo: el hecho de ser del Atleti.
Un día de tantos, la familia decidió desplazarse entera fuera de su entorno, lejos de su hábitat natural. Quiso presenciar en la cancha de su enemigo más enfervorizado a este Club que corre por sus venas a borbotones. Era la final, partido de vuelta, de un torneo que por aquel entonces se sacaron de la manga, denominado Copa de la Liga. Y allá que fueron, con su cachorrín, cómo no, con su rojiblanca puesta por bandera y su inseparable bufanda con dichos colores colgada del cuello.
Sin embargo, el final de dicho día no pudo ser feliz del todo: nuestro equipo perdió dicho torneo, y la desilusión invadió a todos los miembros de la familia. Así que decidieron abandonar el terreno hostil, antes, inclusive, de que le entregasen el torneo al citado Campeón, triunfador, por muchos medios no deportivos pero que les llenaba de gloria igual. Daba igual. Más vale honra sin barco, que barco sin honra.
Cuando abandonaban dicho recinto, el cachorrín más jovencito de todos se adelantó unos metros, fruto, probablemente, de esa mirada perdida, o de esa mente puesta en otro sitio, o del despiste que suele causar cuando alguna lagrimilla asoma por la cara de un chavalín. De repente, una manada de hienas salvajes, rodearon a dicho cachorrillo, empezando a amenazarle e insultarle. Todavía ese imberbe chavalito tiene grabada las caras y las expresiones de dichos elementos: “Forza Sion” … “Eres un puto indio de mierda” … “Te vamos a quitar la puta camiseta y te vas a comer esa puta bufanda” ...
El cachorrín no salió corriendo. El cachorrín no se paró. El cachorrín se les quedó mirando, y continúo andando hacia delante, sin tener aún muy claro el peligro que corría. Se cogió su bufanda con las dos manos, y siguió hacia delante, eso sí, sin tener muy clara la dirección que estaba tomando.
Pero, de repente, una voz salió de detrás de él, imponiéndose con fuerza y con firmeza. Era una voz de mujer. Era la voz de una madre colchonera: “Y no os dará vergüenza ir 8 contra él, cobardes” … “Por qué no venís a por mí, o, aún mejor, os vais y le dejáis en paz al chaval, que no ha dicho ni siquiera una palabra, panda de cobardes”, mientras caminaba hacia ellos con paso decidido con el único fin de proteger a su tesoro más preciado, su cachorrín triste y perdido.
Esas rabiosas hienas pertenecían a esa especie en vías de extinción denominada Ultra-Sur, o memez análoga similar. Y sí, no tuvieron el valor de continuar acosando al chavalito rojiblanco, y se marcharon huyendo dejando en paz a dicha familia que, de lo único que era culpable, era de no esconderse ni avergonzarse jamás de sus colores ni del escudo que llevan grabado en fuego en su corazón.
Ahí fue cuando ese cachorrín se dio cuenta del valor que tiene una madre Atlética, una patriarca colchonera. Aprendió que nadie en este mundo podría superar en coraje, valentía y saber estar a esta especie defendiendo a sus hijos. Ahí se dio cuenta de que esa era la persona que más quería en este mundo, y que nadie ni nada jamás les logrará separar jamás.
Esa señora se llamaba Tomasa, ese cachorrín se le conoce como Tomi, y quiero que sirva estas líneas para felicitar y homenajear a todas y cada una de las madres Atléticas que hay por España, porque, como bien se dice por ahí, este es un sentimiento que se transmite de generación en generación. Es una cuestión de dogma, de fe, de educación. Y lleva inculcado un sentimiento de gallardía y de orgullo innato en cualquier buen Atlético que se precie.
En la actualidad, esa madre coraje se nos va ya marchitando poco a poco en el salón de nuestra casa viendo y sufriendo la continua degeneración y degradación de su Atlético de Madrid. Desgraciadamente, tuvo que dejar de ser socia debido a la tiranía de unos precios abusivos impuestos por un ladrón sin fronteras denominado Jesús Gil y Gil. Sus hermanos tampoco corrieron mejor suerte, y debido a la situación económica, siempre humilde, de dicha familia, tuvieron también que abandonar sus carnets para siempre. El único que pudo seguir (gracias al sacrificio del resto de sus miembros de su familia) es el que esto hoy os escribe. Voy ya camino de 34 años de socio, pero ellos, el resto de mi gente, sigue siendo tan Atlética como el que más. Mi carnet es tan mío como de ellos.
Mi madre sigue fiel todos y cada uno de los encuentros por el PPV, al igual que mis dos hermanos. Y sí, yo sigo yendo al campo, pero sigo añorando muchísimo aquella época tan dorada de partidos a las 16,30 h. un domingo, de comidas en el Burger, de guardarnos los sitios los unos a los otros, de tirarnos hora y media bajo un sol de justicia, o bajo una intermitente lluvia, hasta que el encuentro comenzase. Una vez ya estaba el Atleti en el campo, todo lo demás pasaba a segundo plano, a convertirse en mera anécdota.
Hecho tremendamente de menos, especialmente, a mi madre, lo cual no implica que todavía le siga dando un gran beso todas las mañanas antes de irme a currelar, y, a pesar de los pesares, de haberme transmitido ese coraje y esa fuerza para continuar sin desfallecer siendo Atlético hasta la médula. Por todo ello, no puedo desear otra cosa que .., ¡Feliz día de la madre, mamá! ¡Feliz día de la madre, mamás Atléticas!
(Visto en Pobre Atleti.com) |